Nuestro viaje está llegando a su fin. Nos despertamos antes del alba con la ilusión por abanderada y emprendemos la jornada después de un desayuno: un café y tostadas, las últimas del viaje Nos miramos con nostalgia y complicidad, estamos en la recta final. A un paso.
Durante el camino y como acompañante inanimado hemos tenido unos Hitos o Mojones que al principo esperanzadores y después como amargos puñales nos han servido para orientarnos en la ardua tarear de caminar y caminar hasta Santiago.
Pero, inexplicablemente al faltan unos pocos kilómetros nos abandonan para siempre, nos quedamos solos, inválidos, despistados y sólo la brisa matinal, ese amanecer resplandeciente y ese olor a eucalipto que nos ha perseguido durante nuestra travesia, consiguen animarnos.
Nuestro objetivo está detrás de las montañas, las piernas nos pesan, la mochila se convierte en una pesadilla, por cálculos subjetivos nos falta muy poco. A lo lejos comenzamos a ver pendientes interminables y cuestas muy profundas. Comenzamos a trepar, a subir y a bajar, los ánimos siguiendo la curva del valle, empiezan a disminuir. Cuando pensamos que no podremos recuperar el aliento en nuestra vida y que la desesperanza ha invadido nuestro espíritu, ahí está, el Monte de Gozo con su ermita.
Extasiados nos paramos por un momento a disfrutar del paisaje, el aire congelado nos inunda los pulmomes, hacemos cálculos ya falta poco.
Lo siguiente son una sucesión de cuestas, nuestro espíritu no se amedentra, Santiago está ahí aunque no podamos verlo. Nuestro sueño, nuestra utopía se encuentra tapada por las montañas. En silencio, caminamos hasta que un puente de madera nos indica que efectimamente, por fin estamos en Santiago.
El tan desado punto, al lado de la Catedral, tendrá que esperar, tenemos que atravesar Santiago a través de la llovizna y los Compostelanos . Éstos, acostumbrados al tránsito de peregrinos, cansados, con las ropas llenas de polvo, y en su cara esa sonrisa inquebrantable a pesar del cansancio, miran extrañados y algunos orgullosos.
Nosotros también respiramos orgullosos, lo hemos hecho, lo hemos conseguido, estamos donde queriamos en las puertas de la catedral.
Durante el camino y como acompañante inanimado hemos tenido unos Hitos o Mojones que al principo esperanzadores y después como amargos puñales nos han servido para orientarnos en la ardua tarear de caminar y caminar hasta Santiago.
Pero, inexplicablemente al faltan unos pocos kilómetros nos abandonan para siempre, nos quedamos solos, inválidos, despistados y sólo la brisa matinal, ese amanecer resplandeciente y ese olor a eucalipto que nos ha perseguido durante nuestra travesia, consiguen animarnos.
Nuestro objetivo está detrás de las montañas, las piernas nos pesan, la mochila se convierte en una pesadilla, por cálculos subjetivos nos falta muy poco. A lo lejos comenzamos a ver pendientes interminables y cuestas muy profundas. Comenzamos a trepar, a subir y a bajar, los ánimos siguiendo la curva del valle, empiezan a disminuir. Cuando pensamos que no podremos recuperar el aliento en nuestra vida y que la desesperanza ha invadido nuestro espíritu, ahí está, el Monte de Gozo con su ermita.
Extasiados nos paramos por un momento a disfrutar del paisaje, el aire congelado nos inunda los pulmomes, hacemos cálculos ya falta poco.
Lo siguiente son una sucesión de cuestas, nuestro espíritu no se amedentra, Santiago está ahí aunque no podamos verlo. Nuestro sueño, nuestra utopía se encuentra tapada por las montañas. En silencio, caminamos hasta que un puente de madera nos indica que efectimamente, por fin estamos en Santiago.
El tan desado punto, al lado de la Catedral, tendrá que esperar, tenemos que atravesar Santiago a través de la llovizna y los Compostelanos . Éstos, acostumbrados al tránsito de peregrinos, cansados, con las ropas llenas de polvo, y en su cara esa sonrisa inquebrantable a pesar del cansancio, miran extrañados y algunos orgullosos.
Nosotros también respiramos orgullosos, lo hemos hecho, lo hemos conseguido, estamos donde queriamos en las puertas de la catedral.
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